martes, 11 de noviembre de 2008

EL AURA HUMANA

Todos los miembros de nuestra Sociedad Teosófica están familiarizados con la idea de que cada ser humano está rodeado de una especie de nube luminosa, a la que hemos convenido en llamar el «aura», y dicen, los que han conseguido un desarrollo especial en el sentido por que puede conocerse, que posee hermosos y variados colores, y que del examen inteligente de ellos podemos deducir las disposiciones, los pensamientos y hasta la vida pasada de su poseedor.

En nuestras obras teosóficas hallamos, sin embargo, sólo una pequeña mención del aura, y no dejará de ser interesante recoger y ordenar los datos que haya nuestra disposición sobre el asunto. No es tarea tan fácil como puede suponerse, pues tropezamos primeramente con las dificultades que surgen de la complejidad del aura humana, y en segundo lugar, con el hecho de que aquí, como en otros muchos casos, una visión inexperta es prácticamente inútil cuando se trata de comparar de cerca y de analizar exactamente; consideración que reduce en seguida el número de testigos dignos de crédito. La descripción que sigue no debe, pues, considerarse como completa y cabal; hay, no obstante, la probabilidad de que sea tan justa como es posible. Este estudio es, además, el resultado de una serie de investigaciones proseguidas durante varios años por algunos independientes observadores avanzados en la Sociedad Teosófica, y está también aprobado por aquellos estudiantes cuyo saber sobre el particular es necesariamente mayor. No ha sido sólo alrededor del cuerpo humano donde se ha visto el aura; una nube luminosa semejante se ha distinguido también alrededor de los animales, de los árboles y hasta de los mismos minerales, aunque en estos últimos casos esa nube sea menos compleja que en el hombre.

Aquí, sin embargo, no nos ocuparemos sino del lado humano del problema. Antes de considerar lo que se llama propiamente el aura; que rodea y penetra el cuerpo, vale la pena echar una ojeada sobre un fenómeno que parcialmente desenvuelto se observa en los limites de ese mismo cuerpo.

Una persona que posee semejante visión, aun en su menor grado, asegurase por sí misma de la exactitud de la enseñanza teosófica sobre el problema de la constitución septenaria del hombre, al menos en lo que toca a sus cinco principios inferiores. Lo que se llama en nuestros escritos el Linga Sharira, por ejemplo, es claramente visible bajo la forma de una niebla gris azulada ligeramente luminosa, coincidiendo exactamente con el cuerpo físico, pareciendo como que lo penetra. No será, sin duda, científicamente exacto decir que se puede percibir Jiva en un estado esencial; pero su manifestación en el caso de la raza humana es perfectamente visible bajo la apariencia de una continua corriente de partículas de un hermoso rosa pálido, que parecen circular a lo largo de todo el cuerpo y de los nervios, como los corpúsculos sanguíneos en las venas y en las arterias, siendo el cerebro aparentemente el centro de esa circulación nerviosa.

La absorción y la especialización, para el uso del cuerpo humano, de la fuerza vital que el sol vierte constantemente sobre la tierra, parece ser una de las funciones del órgano denominado el bazo, y sin duda a la acción de ese órgano se debe la hermosa coloración rosa que hemos mencionado antes, pues Jiva - que entonces se conoce como prana - irradia constantemente del cuerpo en todas las direcciones, formando así una de las auras de que hablaremos más adelante.

Un hombre perfectamente sano, por eso, no sólo puede intencionalmente comunicar algo de su salud a otro por los poros magnéticos u otro procedimiento, sino que puede también extender consciente o inconscientemente la vitalidad y la fuerza sobre aquellos que le rodeen. Y al contrario, un hombre por su debilidad o por otra causa, que es incapaz de especializar bastante fuerza vital cósmica para su propio uso, obra comúnmente, sin darse cuenta, como una esponja, absorbiendo el prana ya especializado de las personas sensitivas que han tenido la desgracia de aproximársele, para su propio beneficio temporal, sin duda, pero con serios perjuicios, casi siempre, para sus víctimas.

Probablemente muchas personas han experimentado más o menos lo que decimos, tras las visitas de algunos de sus amigos, encontrándose de pronto de un modo inexplicable fatigados y rendidos.

Una fatiga semejante es la que con frecuencia experimentan las personas que asisten a las sesiones espiritistas, sin tomar las precauciones necesarias para impedir la absorción de vitalidad
operada, en esos casos, por las entidades evocadas. Llegamos ahora a lo que llamamos el aura propiamente dicha - la que circunda al cuerpo -, cuya estructura es excesivamente compleja. A simple vista, asemejase a una nube luminosa que se extiende en todos sentidos a una distancia de
diez y ocho pulgadas o dos pies ( 46 cm. aproximadamente), afectando la forma oval, lo que hizo llamarla en los escritos ocultistas el «huevo áureo». En la mayoría de los casos no tiene forma definida, pues su bordes se esfuman gradualmente en el espacio. Un examen atento de esa nube, adviértenos que no sólo contiene diversos componentes, sino que está compuesta de diferentes estados de la materia. Cada uno de ellos es, en cierto modo, como un aura distinta y ocupa todo el
espacio áurico. Tienen, sin embargo, un estado especial de tenuidad y parecen penetrarse entre sí como vemos que el Linga Sharira penetra el cuerpo físico. No es dudoso que, para las facultades visuales de un adepto, pero no para los medios ordinarios de la humanidad, solamente sean generalmente visibles.

Aura Primera

La primera de ellas - empezando por las más ínfima y material - es la que suponemos perteneciente al cuerpo físico. Se le llama algunas veces el aura de salud, por el hecho de que su aspecto depende, en gran parte, de la salud del cuerpo físico a que pertenece. Es casi incolora, y parece como estriada, es decir, como compuesta de una infinidad de líneas rectilíneas que irradian del cuerpo en todas direcciones. Tal es al menos su condición normal cuando el cuerpo está perfectamente sano. Esas líneas son, entonces claras, regulares y tan paralelas como su radiación lo permite; pero en cuanto acaece la enfermedad todo cambia de pronto, y las líneas próximas al lado enfermo pierden su rectitud y proyectan confusamente en todos sentidos.

Aura Segunda

Íntimamente unida con la precedente, está la segunda, o aura pránica, cuya descripción puede simplificarse acaso examinando en seguida la relación que existe entre ambas. Hemos dicho anteriormente que el prana especializado irradia constantemente del cuerpo, y la materia así irradiada constituye el aura pránica. Pero ha de observarse aquí un hecho curioso cuya explicación no se presenta en seguida. El prana irradiado no tiene el color rosa, bajo el que se le distingue fácilmente cuando circunda al cuerpo, sino que posee un color con matiz clarísimo, pálido. Para dar una idea más comprensible de ello, puede decirse que se parece mucho a esas burbujas de aire cálido que, en los días de estío, vemos surgir de las tierras expuestas a los rayos
del sol. Se podría llamar así también aura magnética, y sirve, en efecto, para producir muchos fenómenos de mesmerismo. Eso es probablemente la llama magnética que los sensitivos han observado en algunos experimentos del Barón Reichenbach. Y quizá esa irradiación constante del
prana alrededor del cuerpo sano produce la rigidez y el paralelismo de las líneas del aura de salud, pues se observa que cuando esa irradiación cesa, las líneas, como hemos dicho ya, se entrelazan y confunden. Cuando el paciente recobra la salud, la irradiación normal de esa forma magnética de la fuerza vital se recobra gradualmente, y las líneas del aura de salud vuelven a ser
claras y regulares. Mientras las líneas están firmes y rectas, y prana irradia convenientemente sobre ellas, el cuerpo parece que está por completo protegido contra los ataques de las malas influencias físicas, como si los gérmenes de la enfermedad fueran rechazados por la proyección de la fuerza vital; pero así que por una causa como la debilidad, una herida, el sobrecargo, la depresión del ánimo o los excesos de una vida irregular se emplea una cantidad mayor de vitalidad en el interior para reparar las pérdidas, se produce una notable disminución en la energía de la irradiación, el sistema de protección se debilita y peligra, siendo comparativamente fácil que los gérmenes de la enfermedad penetren. Puede indicarse también que es posible, por un esfuerzo de la voluntad bien dirigida, proyectar el prana hasta la periferia del aura de salud, creando así como una especie de escudo impenetrable a cualquier influencia astral o elemental, mientras dure ese esfuerzo de la voluntad.

Aura Tercera

El tercer aura que hemos de considerar es la que representa Kama o el deseo. No sería estrictamente correcto decir que ésta es el Kama-Rupa, pues este nombre no se aplica, propiamente hablando, sino a la imagen del cuerpo físico, que tras la muerte se forma por medio de los materiales de este tercer aura, y es el campo de manifestación de Kama, el espejo en que se refleja todo deseo, toda sensación y todo pensamiento de la personalidad. Es de su substancia de donde toman una forma material los malos elementales que crea el hombre y pone en actividad por sus mas bastos e inferiores sentimientos; del mismo elemento, pero más raramente, sacan también su cuerpo los elementales bienhechores engendrados por los buenos deseos. Y también de esa materia se forma «el cuerpo astral» que permite, a los que están en estado de hacerlo, viajar sobre otro plano, mientras que su cuerpo duerme. Como puede comprenderse, las manifestaciones de este aura tan esencialmente fugitivas, su coloración, su brillo, el número de sus latidos, cambian completamente a cada instante. Un acceso de cólera llena el aura de ráfagas rojizas sobre un fondo obscuro y un espanto súbito transforma instantáneamente todo en una masa lúgubre de gris lívido. Es menester, sin embargo, saber que si esas manifestaciones áuricas son temporales, su registro en el akasha no lo es; aunque el elemental creado por un mal deseo cese de existir, tras un período de tiempo proporcionado a la energía de ese deseo, las fotografías de cada uno de los instantes de su existencia y de cada uno de sus múltiples efectos, quedan impresos en el registro akáshico, contribuyendo con una justicia absoluta a la producción del Kama de su creador.

Aura Cuarta

Muy estrechamente unida al aura kámica se encuentra el cuarto aura, la del manas inferior, que registra exactamente los progresos de la personalidad. Hallase, sin embargo, formada por un orden de materia más elevado que el de la substancia kámica, que corresponde a los subplanos inferiores del plano mental o devachánico. De esta substancia está formado el vehículo en el que la personalidad pasa su periodo de sueño en el Devachán; y de ella está formado también el Mayavirupa, el cuerpo de que el adepto o el discípulo se sirven para obrar sobre el astral o los subplanos devachánicos inferiores, pues ese vehículo es superior, bajo todos respetos al «cuerpo astral» de que hemos hablado ya. Este cuarto aura, representa; en suma, el estado medio de las auras inferiores a ella; pero es algo más, pues aparecen en la misma rayos de intelectualidad y de espiritualidad que no dejan su huella sobre las envolturas inferiores. Si las llamas coloreadas, formadas por las vibraciones engendradas por los deseos, se producen frecuentemente y con intensidad en el aura kámica, provocan por fuerza vibraciones correspondientes en este aura manásica inferior, produciendo en ella un tinte permanente del mismo color. Es así también como
en este aura se pueden leer las disposiciones generales o el carácter de una persona, sus buenas y
peores partes; y en algunas de la corrientes, en relación con esa aura, pueden registrarse los cuadros de la pasada personalidad terrestre, cuadros sobre los cuales pueden leer algunos clarividentes como sobre un libro. Cuando, durante el sueño, un hombre abandona su cuerpo, la mayor parte del tercer aura, el cuarto y los que le siguen por debajo, le acompañan, mientras que
la primera y la segunda, más un débil residuo de la tercera, que no se ha empleado para la formación del cuerpo astral, quedan con su cuerpo. Y ha de tenerse en cuenta que si ese hombre ha de pasar a un plano superior, el devachánico o el espiritual, dejará más numerosas auras tras sí.

Es interesante conocer los matices que las diversas cualidades mentales o morales pueden dar a las auras tercera y cuarta (la kámica y la manásica inferior). Esto es un tema de estudio de los más complejos y difíciles de proseguir, y en el que la ecuación personal de los diversos observadores entra por mucho, lo que hace, además, que haya difícilmente un completo acuerdo.

La verdad es que sólo tras un cuidadoso estudio y una larga práctica se puede asegurar uno de la visión sobre el plano astral y los demás. Precisa, además, un alto nivel de instrucción para no equivocarse y recoger aquello que puede contribuir a exagerar la ecuación personal, cuando se quiere expresarlo con palabras. La lista de los colores y de su significación que ahora sigue, puede tomarse como la expresión de la opinión de dos o tres personas únicamente.

Aura Quinta

Venimos ahora a considerar el aura quinta, la del Manas superior o Individualidad. No hay que decir que ese aura no la ve todo el mundo. En los casos en que es perceptible, su belleza y su delicadeza están por encima de toda expresión. Asemejase menos a una nube coloreada, que a una luz viva; pero no hay en verdad palabras para expresarla. Está compuesta de una materia que corresponde a la de los subplanos devachánicos más elevados, y es en efecto el Karana Sharira, el vehículo del Ego reencarnador que pasa con él, de vida en vida, por las condiciones de su substancia y de su grado de avance. En el aura de un adepto, tiene tan inmenso predominio sobre el aura de la personalidad, que esta última en realidad no existe; pero el estudio del aura del adepto está por encima de los medios de aquellos que están en el comienzo del Path (Sendero).

Uno, por ejemplo, de esos puntos importantes a considerar, es el de ese obscuro y misterioso factor que indica el tipo particular a que pertenece el adepto, y de ese orden de ideas que revela una tradición persistente, - y perfectamente fundada - es la preservación de las pinturas murales
que representan a Gotama Buddha en los templos de Ceilán. El Gran Maestro está representado en ellas con aura cuya coloración y disposición serían ridículas e imposibles si se tratara de un hombre ordinario o de un adepto (si puede usarse sin irreverencia tal expresión), de un adepto medianamente desarrollado, pero que son en realidad la representación basta del actual estado áureo de los adeptos del tipo particular al que pertenecen los Buddhas. Es de notar, además, que algunas de esas pinturas indican también el aura de salud de que hemos hablado al principio.

Auras Sexta y Séptima

Las auras sexta y séptima existen sin duda, pero no tenemos datos sobre ellas; las mismas anteriores son ya bastante difíciles de imaginar por el que no las ha visto. Podrá formarse quizá una idea recordando que todas las partes constitutivas del aura son sencillamente manifestaciones de una misma entidad en planos diferentes, no siendo sino emanaciones del hombre como diversas expresiones del mismo. Al verdadero hombre no podemos verle, pero a medida que aumenta nuestra vista y nuestro conocimiento nos aproximamos a Eso que se oculta en él; y si admitimos que el Karana Sharira es el vehículo más elevado que podemos percibir, estamos entonces cerca de la concepción del verdadero hombre que podemos ver. Pero si el mismo hombre no se considera sino desde el punto de vista de los planos inferiores devachánicos, únicamente se verá lo que puede expresarse por el cuarto aura, la cual es la manifestación de la personalidad; y si se le examina sobre el plano astral, se encuentra que un nuevo velo le recubre, y que su parte inferior sólo ha podido expresarse por el vehículo kámico visible, mientras sobre el plano físico nos hallamos peor situados, puesto que el verdadero hombre nos está más escondido y oculto que nunca. Y aunque una vista abierta pueda percibir todas esas manifestaciones, no es menos cierto que las más elevadas de ellas se aproximan más que las otras a la realidad, de suerte que es el aura lo que es el verdadero hombre, y no ese agregado de materia física cristalizada que se ve en medio de ella y a lo que atribuimos por nuestra ceguera una exagerada importancia. Estas líneas no pretenden, por lo demás, sino esbozar la superficie de un grandísimo problema, pero pueden servir para mostrar que el aura no es un estudio que esté desprovisto de interés para quien la ve, y desde que la visión de ella es a menudo una de las mayores evidencias de la apertura del sensorio supernatural, es razonable esperar que un gran número de nuestros miembros se coloquen en situación de completar por su método de observación directa, la información que han de decidir para el estudio de nuestra literatura teosófica.

Fuente: Libro "El Aura Humana y los Anales Akashicos" C.W.Leadbeater

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